
Por alguna razón yo crecí pensando que podía hacerlo todo: tener una profesión, tener un marido, tener hijos, cuidar de una familia, y hacerlo todo bien.
Cuando me gradué de Ciencias de la Comunicación a mediados de los 90 me lancé con todo a iniciar una carrera, mientras mis compañeras, también profesionistas, en sus tempranos 20 parecían estar más preocupadas por iniciar una familia.
Al yo optar por ir a buscar mi profesión, tras estudiar cinco años fuera de casa, en lugar de regresar al seno materno a buscar con quién casarme, significó una gran ruptura: con lo esperado por mi familia, y también con lo esperado por la sociedad a la cual pertenecía.
Después, cuando escogí la carrera de periodismo y entré a este mundo que significa trabajar a deshoras, en fines de semana y días festivos. Y, sí, que no era precisamente la profesión mejor vista para una mujer de clase media alta mexicana, la brecha se hizo aún más grande.
Conseguí al marido, quien tampoco era precisamente el modelo que esperaba el mundo que nos rodeaba, pero que me apoyaba muchísimo para que yo siguiera adelante con mi profesión. Si no hubiera realizado este movimiento estratégico muy seguramente me hubiera casado, hubiera tenido hijos mucho más joven y me hubiera olvidado de perseguir una carrera.
Vivíamos en Monterrey, era el 2000 y la lucha contracorriente apenas iniciaba: ¿Por qué trabajas? ¿Tu marido no te puede mantener? ¿Por qué tienes tú que pagar las cuentas de la casa? ¿Por qué no puedes cumplir con los compromisos sociales?… ¿No piensas tener hijos?
Y sí, si pensaba en tener hijos, pero un trabajo que me requería a veces hasta más de 10 horas al día, y el cual en ese entonces ya necesitaba para sacar mi hogar adelante, no parecía ser compatible con la idea de tener un bebé.
Mientras sentía toda esta presión social combinada con el deseo de seguir adelante con mi carrera, en una ocasión me topé con un artículo del The New York Times en el que hablaba cómo madres graduadas de Princeton y Yale seguían dejando a un lado sus carreras para dedicarse a su familia.
En ese entonces ni yo tenía la opción de dejar de generar el buen ingreso que tenía, ni era una graduada de una Ivy League, pero igual me preguntaba qué era lo que pasaba con la supuesta igualdad femenina, y por qué mujeres habiendo logrado tanto académicamente tenían que hacerse a un lado y olvidarse de su profesión.
No fue mucho después de ese episodio que se abrieron para mí las puertas de las Ivy Leagues y que de un día para otro me vi en Nueva York con dos flamantes títulos, sin un centavo en la bolsa, divorciada e iniciando una nueva vida.
Yo lo seguía queriendo todo: la carrera, el marido y los hijos, sólo que ahora en lugar de ir contracorriente dentro de una conservadora sociedad, iba contrarreloj, pues estaba a punto de iniciar mi vuelta solar número 35.
En Nueva York todas las trabas que tenía en Monterrey parecían no existir. Las mujeres, profesionistas exitosas que habían trabajado tan duro para llegar a ese punto, no dejaban tan fácil sus carreras por quedarse en casa con los niños, y lo mejor de todo ¡nadie lo veía mal!
Fue también en la Gran Manzana donde me volví a topar con el hombre con el que siempre debí haber estado. Inteligente, exitoso, excelente padre y compañero amoroso, desde el primer minuto de nuestro reencuentro me apoyó para que yo siguiera con mi vida profesional. Estaba por finalizar la primera década del 2000 y yo más firmemente que nunca creía que lo podía tener todo.
Todavía embarazada de Cristina subía y bajaba las escaleras del metro, trabajaba largas horas preparando el noticiero que presentaba para una cadena nacional, me encargaba de quehaceres domésticos y pasaba a veces semanas sola cuando mi marido estaba de viaje. ¿Pensaba en sacrificar mi profesión? ¡En lo más mínimo!
Y Cristina nació.
Yo siempre he pensado que la vida es tan sabia que te trae no lo que quieres, sino lo que necesitas. Así es que al volver de mi maternity leave me informaron que mi posición había sido eliminada, lo que significó tener mucho más tiempo con Cristina. Viviendo ya en Miami quise empezar de cero, con casi ni un contacto profesional y con la ansiedad de que no quería dejar de trabajar para no quedar fuera de la feroz competencia laboral que existe en este medio.
No es el momento de entrar en muchos detalles, pero con Cristina en brazos y yo necesitando tanto estar cerca de ella comprendí que no se puede tener todo. Al menos, no al mismo tiempo.
Hoy que vi el DVD para medios de “Makers, Women who Make America”, que se estrena este martes 26 de febrero, de 8:00 a 11:00 en PBS, no pude dejar de sentirme identificada con todas y cada una de estas mujeres que dieron su testimonio. A 50 años del inicio de la lucha por la igualdad de género, hay muchísimo camino qué recorrer en Estados Unidos. Ni se diga en nuestros países de Latinoamérica.
Mujeres como Hillary Clinton, Gloria Steinem, Ellen DeGeneres, Oprah Winfrey, Barbara Walters y Katie Couric, entre muchas otras, dan su testimonio de lo que ha sido ser mujeres que han buscado tenerlo todo.
Afortunadamente yo hoy puedo decir que siento que hay un balance en mi vida, tanto profesional como familiarmente. Que sí, que me ha costado sacrificar cosas de valor de ambos lados, pero que al menos me permite estar tranquila en estos dos ámbitos tan importantes de mi existir.
Sin embargo, me queda claro que mi caso es quizás el del 1% de las mujeres, al menos de las hispanas y latinoamericanas en general. Mucho qué agradecer, pero también mucho por lo cual luchar.
¡No se pierdan Makers este martes!
Watch Kathrine Switzer on PBS. See more from Makers: Women Who Make America.