Cuando llegué a Miami una de las primeras actividades que hicimos en familia fue llevar a E* a montar cada fin de semana a Romy’s Barn. Para mi marido, a quien no le gustan los establos y no es precisamente un aficionado a los caballos, el llevarla cada fin de semana a una actividad que consume más de medio día, es un verdadero acto de amor.
La primera vez que pisé esos establos, que están a más de una hora de Key Biscayne, fue a menos de un mes de dar a luz. Cristina nos acompañó por primera vez a esta actividad cuando tenía apenas mes y medio, y ya andaba entre pastura y equinos.

Así es que aunque ni mi marido ni yo venimos de familias particularmente ecuestres, la salida cada fin de semana a las clases de equitación se tomó como paseo familiar. Después empecé a trabajar todos los fines de semana y dejé de acompañarlos, así es que Manuel se llevaba a los niños a pasar gran parte del día ahí, incluída Cristina.
Y bueno, el domingo pasado después de mucho tiempo de no ser parte de esta actividad familiar por distintas razones que se han ido atravesando a lo largo de lo que va del año, finalmente fuimos todos a disfrutar de este hermoso lugar tropical, verde y lleno de esos enormes y caprichosos árboles que crecen a la orilla de los Everglades.
Desde que llegamos Cristina no sólo corrió y corrió, cual si fuera Laura Ingalls en las praderas de “Los Pioneros” (nombre con el que se le conoce en México a la exitosa serie de televisión “Little House on the Praire”), sino que quería acercarse a todos los caballos, sin parecer importarle el tamaño de éstos. En una de ésas logró tomar con sus diminutas manos, colocada estratégicamente en los brazos de papá, el casco de su hermana mayor para ella ponérselo.

Mientras E tomaba su clase, los demás nos distrajimos de distintas maneras. En esta ocasión nos acompañaron nuestros queridos amigos Ellen y Bruce, de quienes contaré su historia en otra ocasión. Así es que ellos estuvieron un rato con M y con Manuel, así como paseando por el lugar.
Una de las actividades favoritas de Cristina es correr para ser perseguida, así es que me dediqué a perseguirla hasta que el cansancio la dejó tendida en la sombra de un árbol desde donde aprovechamos para hacer un videochat con los abuelitos en Chihuahua gracias a la maravillosa tecnología de estos tiempos (hace 10 años, ¿quién se iba a imaginar que podría hacer esto?).
Finalmente la clase terminó y Miss Michelle, una adorable maestra que tiene una hija igual de pelirroja que Cristina, pero unos años mayor, invitó a mi pequeña a dar una vuelta en caballo. Cómo Cristina no lo pensó mucho y rápidamente se lanzó a sus brazos, creo que ninguno de nosotros nos cuestionamos que la niña apenas tiene 19 meses de edad, y que quizás no era el momento para empezar con su afición de jinete.
En fin, siempre hay una primera vez, y ésta fue de Cristina, quien lo hizo con el aplomo y sin el miedo que sólo alguien que está a punto de entrar a los “terrible twos” tiene.
Yo apenas puedo creer que la haya dejado, y, sobre todo, que me haya quedado con la tranquilidad y seguridad interna de que todo iba a estar bien.
El dejarla ir, fue sin duda también una primera vez para mí.



* E es la hija mayor de mi marido y hermana de Cristina, de 9 años, de quien, por razones de privacidad, no escribo su nombre completo en este blog ni aparece en ninguna fotografía. El mismo criterio aplico con M, quien es el hijo varón y segundo de la lista, de 5 años. Ambos viven con nosotros la mitad del tiempo y son la razón por la que la sede de nuestra familia se encuentra en Key Biscayne.
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[…] vida está llena de hermosas y dolorosas primeras veces. La primera vez que un bebé abre los ojos, la primera vez que un niño duerme toda la noche, la […]