Hace ya algunos años, en la clase Food and Culture, impartida por el maestro James L. Watson en Harvard, éste relataba frente a un auditorio lleno de alumnos cómo en China, después de la muerte, los hombres más poderosos seguían deleitando a sus descendientes con opulentos banquetes financiados con la riqueza que dejaban al abandonar este mundo.
Para mí era asombroso pensar en ese momento “¿cómo alguien te puede invitar a comer tantas generaciones después de muerto?”.
Esta semana no me llegó una invitación a comer del más allá, pero sí apareció en el correo una caja llena de cosas que pertenecieron a mi abuela, y que venían junto a una nota escrita a mano explicando de qué se trataba éste tan inesperado regalo.

Mi tía, quien recibió muchas de las pertenencias de mi abuela, al morir ésta en el 2003, decidió hacerme llegar este año desde El Paso, Texas, esta mágica caja que me llenó de una mezcla de alegría, nostalgia y sorpresa.
Mi abuela y yo nos queríamos mucho a nuestra manera. Ella nunca derrochó besos, caricias o abrazos, ni nos consintió permitiendo a escondidas lo que nuestros padres no aprobaban. Abrir sus cajones o tocar la enorme colección de muñecos provenientes de sus numerosos viajes por Oriente era algo que estaba estrictamente prohibido. En su casa, todo, absolutamente todo, tenía un lugar y lucía perfectamente bien acomodado. Los niños teníamos que desarrollar una disciplina absoluta a la hora de ir a verla.
Yo la visitaba todos los domingos con el pretexto de que aprendería a tejer, cosa que nunca hice hasta que me embaracé de Cristina y mi abuela ya no estaba en este mundo. En su lugar me sentaba toda la tarde, mientras ella tejía y veía “Siempre en Domingo“, a leer las revistas TVyNovelas y Tele Guías de los ochenta que religiosamente compraba y coleccionaba sin faltarle un sólo número.
Muy pronto, la curiosidad de ver qué había en sus cajones se transformó en la expectativa de qué encontraría en el más nuevo número de la revista o de qué se tratarían las novelas durante la semana, ya que Tele Guía daba un resumen por adelantado de lo que veríamos en los tres canales de televisión que recibíamos a finales de los 70- principios de los 80 en Chihuahua.
El saber qué había en sus cajones dejó de importar.
Así es que el abrir ahora la caja que me mandó mi tía no fue sólo el recibir varios objetos valiosos, como el hermoso collar de perlas que compraron juntas cuando fueron a Japón en 1962, uno para cada una, o una linda bolsa confeccionada con un material lleno de flores. El ver qué contenía ese paquete fue el volver a mi niñez y poder “esculcar” en los cajones de mi abuelita Chela y admirar con mis ojos de adulta lo tesoros que escondían.
Al hablarle a mi tía para agradecerle por tan hermoso y generoso gesto, ella respondió “¡Feliz Navidad de parte de tu abuelita!”. Sí, 10 años después de su muerte, esta Navidad recibí un mágico regalo de ella.
¡Gracias, abuelita! ¡Gracias, tía Alma!
¿Tienen curiosidad? Comparto con ustedes los pequeños y grandes tesoros que me encontré en la caja de cartón de USPS.





Reader Comments
Muy interesante. Gracias por compartir la historia.
¡Gracias a ti por leerme!
Cris, yo recibí lo mismo de mi madre, quien me dejo cosas que pertenecieron a mi abuela y que, al igual que lo que ella me heredó, atesoro con y en el corazón…. Salu2
¡Qué lindo, Alta! Sí, para mí fue una sorpresa que no esperaba, y en realidad me conmovió. Besos 🙂