
En esta vida si uno no fluye, tarde o temprano se lo lleva la corriente.
En eso estaba pensando hoy, que me encuentro cerrando ciclos y empezando otros nuevos.
Cuando empecé a trabajar, una de las primeras cosas que hice fue abrir una cuenta de ahorros en la que religiosamente depositaba una cantidad que era bastante significativa para lo que yo ganaba en aquellos tiempos.
La intención era poder comprar una casa en la que crecieran mis hijos, algo que veía realmente lejano, sobre todo por la cuestión de adquirir un bien inmueble.
Después de pasar toda mi niñez en una casa que pertenecía a mis padres, el pensar en pagar renta era algo que me producía muchísima angustia.
Tras varios años de ahorro, de moderar mis idas al cine, mis salidas a comer y la ropa que compraba, finalmente conseguí juntar la cantidad de $300,000 pesos, que aún ahora, 12 años después, me parece muy considerable.
Para cuando logré reunir esa suma ya estaba en mi primer matrimonio, y al no tener ingresos muy cuantiosos, decidimos que el dinero que yo había ahorrado se destinara a comprar una casa en una colonia que en ese entonces era nueva y estaba lejos de las zonas más codiciadas de la Ciudad.
El fraccionamiento, que en un inicio empezó dirigido a un sector sumamente popular de Monterrey, ya había cambiado de mercado para ese entonces y atraía a la clase media, principalmente parejas jóvenes que compraban su primera casa.
Así me hice yo de mi casita en Bosques del Poniente, en el sector de Santa Catarina, en la zona metropolitana de Monterrey.
En una época en donde las áreas verdes no parecían importar mucho en esta urbe, este fraccionamiento contaba con un lindo parque en el centro, que no ocultaba que esos terrenos habían pertenecido antes a una casa de campo que estaba rodeada de bellos y maduros árboles.
Cuando recibí las llaves de mi casa y nos mudamos ahí, atrás de nosotros había un enorme terreno valdío que permitía ver el paso del tren durante el día. A un lado una vieja fábrica abandonada, que desapareció para dar paso a un centro comercial, nos recordaba el carácter industrial de esa zona de la ciudad.
Eso sí, las montañas imponentes y el fácil acceso al centro de Monterrey, en donde yo trabajaba en ese entonces, fueron algunos de los factores que me hicieron elegir esta zona como el lugar donde crecerían mis hijos.
¡Y vaya que tenía decidido que mis hijos crecerían ahí!
Me fijé que en la zona había buenos colegios a los cuales podrían ir los niños, di varias vueltas en fines de semana para analizar detenidamente quiénes serían mis vecinos, y a la hora de comprar mi cocina, no escatimé en optar por un hermoso modelo en color azul de Scavolini, que llegó desde Italia y que realmente era mucho lujo para esa casa.
Pasamos casi 4 meses comiendo sopas Maruchan y tamales congelados que calentábamos en un microondas para poder pagar esa flamante cocina azul, que sigue siendo la de mis sueños, y la cual todavía añoro.
No fueron más de tres años los que viví en esa casa. Cuando tuve la suerte de ganar la beca que me llevó a Harvard, hice cuentas y un año en esta universidad valía (en términos económicos) más que mi casa. No había mucho qué pensar. La suerte estaba echada.
Hoy, que vivo en Miami, en una casa que hemos rentado por dos años y sabiendo que mi hija ni siquiera conoce Monterrey, es hora que esa primera casa que tan cuidadosamente había escogido para formar una familia, y que duró varios años alquilada con todo lo que tenía adentro, sirva para otro fin.
Hoy está a la venta, lista para que ambas cerremos un ciclo y sigamos fluyendo.
Si te interesa verla a detalle, puedes hacer clic en la siguiente fotogalería.
Reader Comments
Hermosa historia. La cocina de verdad está super linda y las montanas tan imponentes que parecen de mentira!
¡Sí, Ana! Monterrey es una ciudad muy bonita, con unas montañas hermosas. Te mando un abrazote, ¡gracias por pararte por aquí! Yo también sigo tu blog y me gusta mucho 🙂
[…] [Contexto: Adiós, Santa Catarina. Adiós, cocina azul] […]
[…] pero siempre me había administrado tan bien que hasta logré juntar una suma significativa para comprar una casa, tener lo suficiente para irme de viaje, ir a un buen restaurante o darme uno que otro lujito como […]
Valor para cerrar ciclos y no aferrarse a las cosas, una gran decisión. Hoy, tienes lo más importante y ya vendrá otra cocina azul.