Si bien nunca pensé en dedicarme al periodismo y estudié la carrera de Comunicación porque era lo que más se parecía al diseño gráfico en el Tec de Monterrey, terminé convirtiéndome en una periodista y amando esta profesión con toda la devoción y pasión que requiere. Tanto, que la vida me premió colocándome en dos de las instituciones más prestigiadas para periodistas en el mundo, la Fundación Nieman en Harvard y la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia en Nueva York.
Entre el 2004 y el 2006 estuve inmersa en estas dos universidades no sólo estudiando y reflexionando la desigualdad económica y social en México, así como el fenómeno de la migración mexicana en Nueva York, sino empapándome primero del futuro y los retos del periodismo en Harvard, y luego aprendiendo sobre la historia del periodismo en Estados Unidos y comparándola mentalmente con lo que ha sido el periodismo en México.
A 10 años de eso, jamás pensé en que me iba a sentir tan poco periodista como hoy. Y no lo digo con poco respeto hacia esta carrera que me ha dado tantísimas satisfacciones, que ha forjado quién soy y que me ha abierto oportunidades que jamás pensé tener, sino porque lo que para mí es un periodista está en proceso de extinción y en mi día a día ya no existe.
Al graduarme en el 2006 de la Maestría en Periodismo de Columbia me dí cuenta que mis posibilidades de trabajar en un periódico en español eran muy limitadas en Estados Unidos, a pesar de existir muchas publicaciones que se jactaban de ser las únicas que estaban registrando crecimiento en ese entonces (obviamente los angloparlantes con recursos ya estaban migrando al internet, mientras los latinos con mucha menos educación aún eran el mercado perfecto para seguir vendiendo papel), entonces empecé a hacer televisión.
Al escribir guiones de televisión para NY1 Noticias me percaté del gran poder que tienen las imágenes en video, y de cómo lo que se escribía en cientos de caracteres cabía en unos cuantos segundos de tele. Ya no había vuelta atrás, y si bien, regresé a escribir como corresponsal freelance para Reforma, lo hice enviando paquetes multimedia que incluían suficientes fotografías para armar una galería en la web y en varias ocasiones rústicos videos que hacía con mi pequeña cámara fotográfica (sí, antes del iPhone) y con un voice over que grababa en la Olympus con la que hacía mis entrevistas. Fue ahí cuando agregué la palabra multimedia después de mi flamante título de periodista.
Aquí un ejemplo de aquellos rústicos videos para internet creado en el 2009:
Sin embargo, hoy ya son tantas las habilidades que he tenido que desarrollar no sólo para sobrevivir profesionalmente, sino para tener un trabajo remunerado escribiendo y produciendo contenido, que creo que el título de periodista multimedia ya hasta queda obsoleto.
En estos casi 20 años en el periodismo he tenido que aprender no sólo a entrevistar y a escribir según un manual de estilo, a manejar la agenda de los reporteros, a formarme un critero editorial, a hacer entrar títulos en un espacio físico limitado o a editar notas con una ortografía impecable, sino a escribir guiones que se miden en segundos, a editar video en Final Cut Pro y otros programas, a tomar buenas fotografías, a arreglarlas con Photoshop, a locutar, a aparecer dignamente en video sin que se me note que no es lo que más disfruto…
También a modular mi voz y mi dicción, a peinarme y maquillarme para televisión, a producir, a descifrar el HTML, a construir de cero un sitio web, a utilizar diferentes plataformas de CMS, a poner el SEO adecuado para generar tráfico en las notas que subo, a surfear por la web en busca de información, a enviar push notifications, a saber cómo funciona el WordPress al derecho y al revés, a interpretar Google Analytics, a cubrir eventos en tiempo real, a crear infografías y blogs con templates diseñados y programados por otros, a administrar páginas de Facebook y cuentas de Twitter, a experimentar con todas las redes sociales que se cruzan por mi camino, a usar Polyvore para crear gráficos que luego utilizo para ilustrar mis notas de moda, y a saber cómo y cuándo publicar contenido en las redes sociales, hasta quitarme todos mis prejuicios y tabús para formarme la personalidad digital en la web que hoy ven, para que cuando alguien me busque encuentre lo que yo quiero que aparezca.
¿Seguiré siendo periodista?
–No, si se considera que el uso de la primera persona está prohibido. Cada vez el modelo de la pirámide invertida y tercera persona, con cita directa e indirecta se siente más y más obsoleto cuando el video puede sustituir la dichosa cita que muchas veces está mal transcrita, o peor aún, mal interpretada.
–No, si el tomarse fotos con los entrevistados está vetado. En este mundo en el que cualquiera puede tomar la información de la web, el haber estado en el lugar de los hechos se vuelve oro molido, y muchas veces la única manera de demostrarlo es con una selfie.
–No, si se piensa que los periodistas no deben de vender . Con el simple hecho de ver los pageviews que genera una nota o los likes que tienen los posts que llevan a ella, el periodista deja de serlo para comprometer la supuesta “objetividad” por el gusto de la audiencia.
Podría seguir, y si me has acompañado hasta aquí es porque muy seguramente eres periodista, así es que para finalizar te dejo esta nota que escribió mi compañera de Columbia Doree Shafir, y que fue una de las cosas que me provocó toda esta reflexión el día de hoy. Y sí, una pequeña fotogalería de las fotos que pude recuperar en Facebook sobre mi paso por el periodismo.
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Reblogueó esto en Ana Cristina Enríquezy comentado:
Aquí una nota personal sobre la profesión del periodista publicada originalmente en mi otro blog, Mami Glammy.
[…] es que, así como ya en otros momentos he tenido que vencer mis miedos y pararme frente a una cámara, aprender a editar, modular mi voz y hasta a tomarme selfies, hoy […]