
Si bien, en mi mente juvenil siempre pasó la idea de casarme, convertirme en madre y formar una familia, nunca pensé que esto sucedería después de mi cuarta década.
Viniendo de una sociedad tan conservadora, como la que impera en la provincia mexicana, el casarse después de los 25 y tener hijos ya casi llegados los 30 siginificaba poner en riesgo la familia que toda señorita decente que aspirara a convertirse en mujer respetada debía de formar.
Ya desde los 30 empezaba a escuchar comentarios como “se te va a pasar el tiempo”, “espera a que tu reloj biológico empiece a hacer tic-tac”.
Y bueno, quizás eran alertas bien intencionadas que venían con mucha premura, pero que me hicieron que al divorciarme, sin hijos, y a punto de cumplir los 35, me enfocara en esos últimos 5 años de mis 30 a conseguir a un compañero de vida que fuera el padre de mi(s) hijo(s).
Acostumbrada a cumplir con deadlines, y con esa meta bien fija de tener un hijo antes de lo 40, yo ya no estaba dispuesta a perder el tiempo a mis 35. Sólo que en esta etapa de mi vida ya no estaba en Chihuahua ni en Monterrey, en donde muchas de mis amigas ya tenían varios hijos, sino en Nueva York, en donde yo no era la excepción sino la regla, y era una más de la gran multitud de mujeres buscando marido con su reloj biológico haciendo tic-tac cada vez más rápido.
¿Fue la determinación, que hizo que viera en mi ahora marido todas las maravillosas cualidades que pasaron desapercibidas en mi adolescencia cuando ya lo conocía, o la suerte de reencontrarme con el hombre indicado? Quizás ambas. Lo cierto es que llegué a mis 40 con mi hermosa Cristina en los brazos, agradeciendo que, contrario a lo que yo pensaba, el quedar embarazada a esa tardía edad no requirió de mucho esfuerzo.

Pues bien, ya habiendo recibido esa tan planeada y cronometrada bendición, seguía la siguiente cuestión: ¿queremos un bebé más?
No voy a mentir. Tanto mi marido como yo secretamente queríamos tener un hijo más, pero a la hora de platicarlo siempre nos ganaban cuestiones como el miedo de presentar problemas congénitos por la edad de ambos, el hecho de todo el trabajo y responsabilidad que un hijo implica (él ya tiene 3), que viviendo en Miami la ayuda y el espacio (a comparación de Chihuahua) suele encarecerse, o una, muy importante para mí y que todavía me preocupa: ¿Me va a alcanzar la vida y la salud para acompañar a este pequeño hasta que pueda valerse por sí mismo?
En fin, siempre habían buenas razones para decidir que era mejor dejar así la familia. Tantas, que hasta opté por hacer una venta de garaje con todas las cosas de bebé de Cristina.
Pero un día cambié el sistema operativo de mi iPhone. El app para llevar el conteo de mis periodos, del cual no había comprado la versión plus, no registró la información pasada y simplemente, cual adolescente, se me fueron las cuentas.
El resultado: una prueba de embarazo positiva ante nuestros incrédulos y atónitos ojos, que no podían dar crédito que el concebir a estas alturas de la vida fuera así de sencillo y milagroso.

Para quedarnos tranquilos decidimos que me atendiera con mi médico de Nueva York, quien se especializa en embarazos complicados (siendo que ninguno de los míos hasta el momento lo ha sido). Estando en uno de los consultorios para hacerme distintos tipos de exámenes, rodeada de cuarentonas embarazadas como yo, la doctora muy discretamente me preguntó “¿es un embarazo natural?”, ya que a estas alturas de la vida es muy común en esta ciudad valerse de la ciencia para dicho fin.
Al mostrarse sorprendida cuando le dije que sí y que ni siquiera había sido conscientemente planeado, me di cuenta no solo de la grandísma bendición que es un embarazo, sino de la magnitud del milagro de dar vida a esta edad, cuando ya muchas de mis contemporáneas en otras partes del mundo se preparan para ser abuelas.
Ventajas y desventajas con respecto a la edad siempre las hay, pero de lo que no me queda duda es lo milagroso, inexplicable y mágico que es ese momento en el que se enciende una vida.
¡Bienvenido, te estamos esperando con muchísima ilusión!
Reader Comments
Hola!
Llegué aqui por casualidad y creo que en el momento indicado, aunque tengo 28 y no tengo novio, siento la presión por casarme y tener hijos crecer cada día. Al leer el post me llene de ilusión al ver que la vida presenta muchas sorpresas y bendiciones y es importante no dejarse llevar por la sociedad.
xx
¡Hola, Monique!
¡Me alegra mucho que te haya gustado! Y sí, yo que suelo ser una persona que quiere planear todo, he aprendido que la vida nos tiene preparadas muchas sorpresas. ¡Disfruta mucho tus 28-29 y toda tu década de los 30!
Yo también llegué por casualidad aunque me parece que tenemos muchos amigos en común. Yo recién me convertí en mamá (hace 3 meses) de mi segunda hija acabados de cumplir los 40. Mi primera tiene 6 años y en realidad siempre pensé que sería la única, pero acercándose los 40 empecé a tener “second thoughts” y me dio un poco de miedo arrepentirme de quedarme con una cuando fuera demasiado tarde. Me reconozco en cada línea que escribes, pero también me siento segura, confiada y convencida de que esto llegó cuando tenía que llegar. No antes ni después. Un abrazo y felicidades.
¡Qué lindo, Gaby! Así es, como tú lo pones, llega cuando tiene que llegar. Gracias por leerme y por dejarme este bello comentario. ¡Felicidades a ti también!
Felicidades! Estoy segura que tu Cristina estara feliz de tener un hermanito/a
¡Gracias, Magda!
Que bella mirada a este importante suceso de vida, Ana! Me hiciste sonreir, maravillarme ante tanto milagro, y que el alma se me llene de luz.
¡Qué linda, Vero! Gracias por este hermoso mensaje. <3 <3 <3
Ana Cristina no puedo ni escribir….. mis ojos están llenos de lágrimas de emoción después de leer tu blog, aunque ya sabía que estamos esperando un nuevo miembro en la familia, lo cual me llenó de felicidad al enterarme….sin embargo, no había hecho conciencia de que la vida es un misterio y milagrosa…..y como siempre lo he dicho, el hombre propone y Dios dispone….. BIENVENIDO BEBE!!! te esperamos con todo nuestro cariño.
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