
¿Saben cuánto tiempo hace que no me cortaba el cabello? Sí, ni un solo despunte. Pasaron exactamente un año con 6 meses.
Mi última aventura en un salón fue todo un lujo que yo no tuve que pagar. Para un video que realicé en mi anterior trabajo, el estilista Christo, de Nueva York muy amablemente se ofreció a corregirme el estilo que anteriormente me había hecho en una visita a Chihuahua. Su maravillosa mano hizo que mi cabello creciera con un corte impecable que se veía bastante bien aún un año después de cortármelo.
¿Que si siempre he sido así de frugal con mi pelo? ¡Para nada!
Mis amigos recordarán los extravagantes y caros cortes que a finales de los 90 me permitía con la talentosa Eliza Cantú, en Monterrey. Eliza, quien cada año viajaba a Londres a entrenarse en la prestigiosa Academia de Vidal Sassoon, fue a quien me enseñó a reconocer una buena tijera y a apreciar el valor de un buen corte de pelo.
Yo me ponía en manos de Eliza, y la dejaba que hiciera lo que quisiera con mi cabello. Tanta era la confianza, que un día salí del salón con un corte tipo hongo, el pelo negro y unos mechones color cereza, mucho antes que Shakira impusiera esa moda.
Cuando llegué a Nueva York, dentro de mi pobreza de recién inmigrante y recién vuelta a graduar, no escatimé en buscar a un estilista de Bumble and Bumble, de lo más asequible dentro de los cortes high end de esta ciudad, para que me cortara el cabello. No me importaba ir vestida toda de H&M, con botas plasticosas en lugar de unas buenas de piel, con tal de pasar una tarde en el Meatpacking District viendo al Río Hudson, mientras un polaco, del cual no recuerdo su nombre, pasaba su tijera por mi cabello.
Ésos eran otros tiempos…
Llegó el 2008 y su terrible crisis que cambió la economía mundial e hizo que yo ya ni siquiera ese lujo me pudiera dar.
Fue entonces cuando en el metro, al ver a todas las chinas, que viviendo también en Sunset Park tomaban la misma línea D que yo, que me dí cuenta que muchas de ellas lucían cortes bastante modernos y decentes.
Así es que decidí aventurarme a la Octava Avenida, a sólo dos cuadras de mi departamento, y tras recorrerla desde la Calle 41 hasta la cincuenta y tantos, mi ojo conocedor encontró un salón que se veía muy limpio, moderno, y lleno de gente.
Ahí me recibió Ben (todos los chinos se ponen nombres americanos al llegar), quien no hablaba absolutamente nada de inglés. Como eran los años pre Pinterest, obviamente no traía yo un inspiration board para decirle qué era lo que quería, así es que tuve que explicarle a señas.
¡Y entendió!
Salí del salón a una calle repleta de chinos, con el corte que llevaba en mente, relajada por el delicioso masaje capilar que la mujer que me lavó el pelo me dio y feliz porque con todo y generosas propinas no desembolsé más de $30 dólares. Nunca más volví a Bumble and Bumble.
Pero luego me mudé a Miami, me convertí en mamá, y la falta de tiempo y cambio de prioridades hicieron que perdiera el contacto con Ben, me olvidara de su maravillosa tijera, así como de los cortes extravagantes de cabello. Es más, de los cortes de cabello, punto.
Así es que esta última vez que regresé a Nueva York, yo sola, después de trabajar arduamente día y noche varios días, decidí que me merecía mi dosis de “me time” y que era el momento de retomar esta práctica de mi década de los 30.
Me aventuré nuevamente a la Octava Avenida y repetí la operación de hace 6 años. En el trayecto me divertí entrando a tiendas de regalos, de tés, fruterías, pescaderías, un restaurante, y hasta me dí el grandísimo lujo de un mani-pedi. El desembolso total de mi “alocada” tarde de egoísmo femenino: No más de 80 dólares.
Sí, corte, mani-pedi, masaje, comida, regalitos de Cristina y un té de jasmín, incluidos. ¡Y en Nueva York!
Aquí les dejo el recorrido visual de mi domingo en la Octava Avenida de Brooklyn. Sin duda, uno de mis lugares favoritos.
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Cierto, está increíble ese barrio chino de Brooklyn. Luego me llevas a la tienda de broches 😍
[…] [Lee: La magia de la tijera china] […]