El pinito de Navidad que nadie quería

A principios de mi edad adulta el espíritu navideño no era algo que precisamente viviera en mí.

Desde que me independicé nunca me había preocupado por decorar en época navideña. Sí, tenía nacimientos que me habían regalado, pero poner el pinito navideño, jamás.

Cuando llegué a Miami, mi marido fue el que siempre se encargó de ir a comprar el árbol, y yo organizaba con los niños el proceso decorativo.

A él le encantaba ir con los pequeños a escoger el árbol natural, que llenaba de ese navideño olor toda nuestra casa.

Sin embargo, a mí siempre me causó un peso moral tremendo cortar un árbol para que decore un mes la casa, para después sacarlo a la calle. El comprar uno artificial tampoco estaba en mis prioridades, pues entre tanta mudanza y poco espacio tampoco me quería hacer responsable de ese tipo de pertenencia.

El año pasado por alguna razón nunca nos organizamos para comprar el pino, y mi marido y los niños terminaron yendo un día antes de Navidad a buscarlo.

Ya no había nada, sólo un pino en maceta que se había quedado y nadie había querido, pues no era precisamente el más frondoso ni el más bonito.

A mí, en realidad, aunque estaba bastante triste ese pino, me dio mucha alegría el no cargar con el peso de tirarlo, y sólo tener que sacarlo afuera a que durara el tiempo que aguantara.

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Entre que no conozco todavía bien el clima de Miami y en mi casa prácticamente todas las plantas terminan secándose, no le daba muchas esperanzas de vida al árbol. Pero, al menos, me liberaría de la culpa de tirar un pino a la basura pasado el 6 de enero.

¡Cual fue mi sorpresa que el calendario recorrió 12 meses, y el pinito no sólo sobrevivió, sino que se puso —un poco— más frondoso! A finales de noviembre me alegré tanto, que fui a comprarle una maceta nueva y más grande para que pudiera crecer mejor.

Ahí, en la tienda, me encontré con hermosos pinos naturales en maceta, que sólo costaban $30 dólares, mucho más hermosos que el mío, y realmente me vi tentada a comprar uno.

Sin embargo, tras mucho debate interno decidí que no, que iba a honrar la fortaleza de mi pino, que a pesar de mí sobrevivió, y opté por darle su lugar esta Navidad.

Para decorarlo este año, me inspiré cuando fui a Palm Island en la gran cantidad de conchitas y caracoles que hay en el mar, en específico en un árbol seco que tenía caracoles entre sus ramas, y me traje decenas de ellos rotos y completos para convertirlos en adornos para mi árbol.

También compré unas cuantas esferitas tradicionales, listón, cascabeles y unas luces en forma de copo de nieve para decorar. Sólo unas pocas, pues mi árbol aún se ve frágil y no quería cargarle mucho peso.

Y sí, este año estuvieron nuevamente los niños ahí, en el proceso de decoración del pino. Quizás no tan entusiasmados como en otras ocasiones, pues aunque me ayudaron a hacer los adornos con los caracoles, no les resultó tan divertido como otros proyectos llenos de brillantina y calcomanías.

Sin embargo, creo que es una enseñanza para todos de lo que realmente significa la Navidad: Recibir, aceptar y querernos a nosotros mismos y a los demás tal como somos.

Algo sumamente difícil de lograr. Al menos este año, en esta familia, empezamos por aceptar a nuestro pino y quererlo tal cual es.

Si lo quieren ver a detalle, los invito a que visiten esta fotogalería.

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Ana Cristina Enríquez

Periodista, productora, blogger.

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