
Por lo general la época navideña viene llena de convivencia, tiempo para estar con los seres queridos, reflexión, deliciosa comida, lindas decoraciones… y muchas, muchas expectativas.
Expectativas propias y ajenas, de estar con los seres queridos, de tener tiempo para ver a todos los que no vimos durante el año, de dar, de recibir, de que toda nuestra vida sea armónica, de cerrar el año de la mejor manera, en resumen, es una época en la que solemos no sólo esperar, sino sentirnos con la obligación de ser felices.
Y sí, muchas veces diciembre suele ser un intenso mes lleno de felicidad, de compartir, de ver la ilusión que los niños tienen con la Navidad, de comer rico y festejar, pero también lleno de estrés y presiones por cumplir con lo que consideramos el “deber ser”.
Este año, planeamos con mucha ilusión desde hace varios meses viajar a Chihuahua para pasar estas fechas con nuestra familia, para festejar a mi papá que cumplió el 25 de diciembre 70 años, para conocer al nuevo sobrino, para pasar una Navidad, después de muchos años de no hacerlo, juntos.
Pero antes debía venir de Miami a Nueva York a mi chequeo prenatal con mi ginecólogo que está en esta ciudad. Todo estaba perfectamente bien planeado, hasta que me dijo que él prefería que no viajara, pues deseaba tenerme en observación, al menos dos semanas.
Recuerden que tengo 43 años, y aunque mi proceso de gestación ha transcurrido de maravilla y cada embarazo es diferente, muy probablemente estos casi cuatro años que han pasado entre Cristina y el nuevo bebé ya se resienten en mi cuerpo.
Para ser sincera, aunque tenía un gran deseo de viajar a Chihuahua, las distintas presiones del viaje, la logística familiar y demás ya venían acumulándose, y el saber que me iba a quedar en Nueva York sin tener que someterme físicamente al traslado embarazada de casi 6 meses, con bastante equipaje, una niña de 3 años y una conexión en Dallas, fue un gran alivio.
Sin embargo, nuestra Navidad fue una mezcla de sentimientos encontrados, entre el agradecimiento de que nuestro bebé está bien, que estamos en las manos de un excelente médico, de poder estar en Nueva York y la incertidumbre de los próximos meses, en los que quisiéramos tener todo bajo control, teniendo con todos estos cambios el gran recordatorio de que podemos planear, pero no controlar.
Así es que pasamos una Navidad, Manuel, Cristina y yo sin muchos de nuestros seres más queridos, sin árbol de Navidad, sin una sofisticada cena (gracias, Cinthia, por esos deliciosos tacos que enviaste a domicilio desde San Francisco, y que fue uno de los mejores regalos navideños que he recibido en mi vida), sin una mesa festiva, sin decoración navideña… pero muy, muy, agradecidos de poder estar al menos nosotros tres juntos con la ilusión del nuevo integrante de la familia que muy pronto llegará.
Cristina, quien a sus 3 años no espera nada, me dio una de las más grandes lecciones, pues recibió los pocos regalos que le tuvimos con una gran emoción y agradecimiento, sin tener ni siquiera registrado que día exactamente era Navidad, ni cuándo llegaría Santa Clos.
Ayer en la noche, un día después de Navidad, Cristina nos dice antes de dormir:
“Mami, Papi, I love Christmas!”
¡Feliz época navideña a todos! En especial a aquéllos que no tuvieron la Navidad que esperaban.
Les comparto un poco de nuestra no tan navideña Navidad.