Haciendo un recuento del 2017, si algo tuvo este año para mí fue que en ningún momento me sentí dentro de mi zona de confort.
Este año, que definitivamente fue de mucho crecimiento y de toma de decisiones importantes, tuvo una constante durante estos 12 meses y fue el eterno recordatorio de que si nosotros no estamos en cambio continuo, el cambio inevitablemente nos alcanza y nos obliga a reinventarnos, nos guste o no. Así es que más vale hacerlo a nuestra manera, aunque nos cueste, a que de un día para otro nos sorprenda y nos arranque de esa zona de confort, la cual solemos defender a capa y espada.
Y pues bien, haciendo ese recuento obligatorio de cómo empecé el 2017 y cómo lo termino ahora, me doy cuenta de que mi propósito de ir flojita y cooperando por la vida de alguna manera me ayudó a fluir, a dejarme llevar y a avanzar en estos 365 días, en los que aprendí que:
Hoy es un día totalmente distinto al de ayer, y mañana también lo será.
Haciendo el recuento del 2017, me doy cuenta de que tuve la gran bendición de vivir frente al mar, y descubrir la gran belleza que encierran los amaneceres. El poder ser testigo, frente a frente, de la salida del Sol hizo que quisiera levantarme más temprano, agradecer por estar presente, por la oportunidad de un día más de vida, y hacerme consciente, gracias a ese maravilloso fenómeno natural, que cada uno de los días que nos tocan vivir son totalmente distintos, y que así sean caprichosos, nublados, intensos o brillantes, son la oportunidad única de vivir un día que ya jamás regresará.
Hay que inhalar, exhalar, recibir, agradecer, dejar ir y repetir.
Así como para mantenernos con vida tenemos que recibir en nuestros pulmones el oxígeno para después dejarlo ir, lo mismo aplica con muchas otras cosas y situaciones en nuestro camino por este mundo, en los que tenemos que estar dispuestos a recibir, pero también a soltar.
En el transcurso de nuestras vidas mientras más logramos y más lejos llegamos, sea en relaciones personales, logros intelectuales o materiales, de más tenemos que estar dispuestos a desprendernos en cierto momento. El que más puede perder es, sin duda, el que más ha tenido en su vida.
Y sí, en este proceso de recibir y dejar ir, lo único que nos permite hacerlo dentro de una relativa paz mental y espiritual es el agradecimiento, algo que en mi recuento del 2017 me quedó muy claro.
Creemos que estamos en total control, hasta que una fuerza superior nos muestra lo contrario.
Cuando el Huracán Irma se aproximaba en septiembre hacia la costa del Sur de Florida, específicamente hacia Miami, mi marido y yo tomamos la decisión, antes de que la evacuación fuera obligatoria, de irnos a la Ciudad de México, en donde nos resguardaríamos del posible azote de este fenómeno natural y planearíamos cuál sería nuestro siguiente movimiento.
Antes de la llegada de Irma fueron días de muchísimo estrés, de dejar nuestra vida sólo con una maleta sin saber si íbamos a poder volver a ella, de pensar en los posibles escenarios si desaparecía la isla en la que vivimos, si quedaba incomunicada o si quedaba todo inundado…
Al final los daños del huracán fueron menores, pero tras el inevitable estrés que causa una situación de éstas, vivir sin previo aviso y de golpe el terremoto del 19 de septiembre, que coincidió justo en el aniversario de aquel fatídico sismo que marcó la memoria de los mexicanos en 1985, fue una sacudida —en todos los sentidos— realmente inesperada.
El quedarme con mis hijos, de 6 y 2 años, en un parque viendo helicópteros pasar, oyendo el aullido de las sirenas, observando a la masa humana se trasladaba a pie asustada con rumbo a sus hogares y enterándome poco a poco de que varios edificios habían colapsado, mientras esperaba que mi marido, que estuvo incomunicado mucho tiempo, llegara a salvo fue un shock del que apenas me estoy reponiendo, pero que me hizo, una vez más, ver lo vulnerables que somos y agradecer por estar aquí.
En este recuento del 2017 me doy cuenta de que fueron unas de las horas más angustiantes que recuerdo haber vivido.
Las oportunidades están fuera de tu zona de confort.
Se oye como un cliché, y quizás lo es… pero haciendo este recuento del 2017 me doy cuenta que son precisamente esas situaciones incómodas las que nos hacen crecer. Ese sentimiento de incertidumbre, el estar en una situación nueva, el decidir emprender nuevos retos, el abrazar el cambio, el darnos el permiso de hacer algo de lo que creíamos que no éramos capaces… todas esas cosas que nos ponen en nuestros límites y nos hacen dar ese último estirón son las que al final del día nos hacen ser mejores.
Sí, el crecer duele.
Los hijos no nos pertenecen.
Otra frase cliché que forma parte de mi recuento del 2017. Sí, la hemos escuchado mil veces, ¿pero realmente la ponemos en práctica?
Este año, con todo el dolor de mi corazón permití que mis hijos estuvieran cinco semanas lejos de mí, sin yo tener control alguno sobre ellos, lo cual ha sido uno de los más complicados ejercicios de desprendimiento a los cuales me he sometido.
En el transcurso de estas semanas no sólo quedé más convencida de que llegamos a este mundo a crear nuestra propia historia, le guste a quien le guste, sino que también tuve la oportunidad, ya sin niños, de ver hacia dentro de mí misma. Y una de las cosas de las que me di cuenta es que mis hijos no consumen de mí tanto tiempo como pensaba, sino que es el trabajo el que más absorbe mi día a día.
Conclusión que me hizo estar más presente y consciente de esos contados momentos en los que estaremos juntos de aquí a que ellos decidan emprender su propio vuelo, y hacerlos que sean momentos que cuenten en sus vidas.
Hay que saber cuándo es momento de cerrar un ciclo.
Llegué a Miami sólo con una maleta proveniente de Nueva York, en donde viví 6 años. No, no fue porque tuviera pocas cosas, sino porque dejé abierta mi vida allá al tener un departamento que adquirí en el 2008, justo antes de que la economía se colapsara. Y ahora, al igual que me despedí de mi otra vida en Monterrey, me toca hacerlo con esa etapa en la que tan feliz fui en Brooklyn para poner todas mis energías en el nuevo lugar que se ha convertido en mi hogar: Miami.
Definitivamente, otra de mis conclusiones de este recuento del 2017.
La comunidad que formamos tiene un valor muchísimo más grande del que muchas veces podemos imaginar.
Llegué a Key Biscayne por cuestiones ajenas a mí, pues si yo hubiera decidido en dónde iba a vivir hace 6 años muy seguramente hubiera elegido otro lugar. Sin embargo, en este tiempo esta comunidad de la que formamos parte, que me rodea y que de muchas maneras es una red de apoyo grandísima, en este momento, en el que mis niños son tan pequeños es realmente invaluable.
Que todo pasa.
En resumen, haciendo este recuento del 2017, puedo decir que aunque haya sido un año de mucha intensidad física y emocional, he disfrutado cada uno de los días que se me dieron. Y he aprendido que hasta los días más tormentosos encierran una belleza, que si se sabe apreciar nos hace crecer y ser mejores personas.
Y ahora sí, ¡les deseo a todos un muy feliz 2018!
Reader Comments
Amiga! Me consta la intensidad de este año, pero siempre admiro tu actitud para salir adelante por más complicada que esté la situación. La zona de confort no es lo tuyo, y eso admiro de ti. Se aprende mucho al estar fuera de la zona de confort!
😘😘😘
¡Gracias por compartir y compartirte! Sin duda, fue y es una de las bendiciones de mi vida poder aprender de ti, estar cerca, contar con tu amistad.
Mi frase favorita sin duda: “Inhala, exhala, recibe, agradece, deja ir y repite.” TQM, gracias por tanto
¡Gracias, Leo! Te deseo un bellísimo 2018 lleno de corazones 💕
Me encanta como escribes, cuando te leo descubro una parte tuya que me gusta mucho y que me deja un gran aprendizaje. Dicen que los padres aprendemos mucho con los hijos, creo que tu has sido una gran maestra en mi vida. Gracias por existir!!!
¡Me alegra mucho que me leas y que te guste! ¡Gracias a ti por darme la vida! 🙂